En 2021 descubrí lo cuánto me gusta el terror (créditos: Alex Iby en Unsplash) |
¿Cumplí lo que me propuse en 2021? No tanto. Aún me reservo una obra que me ha consumido bastante tiempo de elucidación y escritura. Y «ese artículo de filosofía de la ciencia sobre Machine Learning» aún no termina por salir (es difícil escribir perspectivas filosóficas de modelos de inteligencia artificial). Así que, estos dos últimos trabajos inconclusos han sido, y son, una cuesta con pendiente muy pronunciada. Pero sé que en algún momento verán luz. Lo intuyo y lo veo. Sólo dejo que las cosas «se cocinen» un poco más con el propósito de mejor digestión.
Con todo esto, y recién iniciado noviembre, creo que es momento decirle adiós a este año. Un año que he dedicado a estar en mi estudio y frente al escritorio. Así, pienso que es tiempo de relajarme, de leer y estudiar más Latín, o de saborear esos libros de filosofía de la ciencia que están en el estante — tengo pendiente obras de Kuhn y de Bunge—. Es tiempo de despedirme del 2021; así, esta es la última entrada del año.
Pero antes de terminar, también me gustaría decir que este año descubrí la música «ambient drone», jugué Deus Ex: Human Revolution una vez más, y descubrí el mundo de Vampire: The Masquerade (jugué por primera vez Bloodlines y me gustó mucho). También redescubrí el terror y lo cuanto me gustan los ambientes oscuros sin necesariamente ser una persona gótica o «dark»; en música, por ejemplo, me encantaron los temas oscuros de Boy Harsher, así como la indiferencia y desdén del performance de Larissa Iceglass (Lebanon Hanover). Sobre esto, al final comparto dos canciones de Boy Harsher que me han gustado bastante, tanto en su tono como la obra visual que proponen. En fin...
2021, es tiempo de descansar,
Ave atque vale
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